lunes, 26 de mayo de 2014

El voto en blanco

   No voy a hablar de política. La política es tratar de hacer proyectos reales de ideas utópicas imposibles de llevar a la práctica, todo ello con hábiles demagogias y engaños encubiertos. Hablar de política debería asquear. Quiero hacer especial mención a una forma de votar que está olvidada y los electores toman como trivial: el voto en blanco.
   Pensé en escribir sobre ello antes de las elecciones europeas pero me he decidido a hacerlo después y tiene sentido referirse a ello a posteriori, para remover conciencias y hacer pensar al lector, que es lo que siempre trato de conseguir con este blog.
   Nos guste o no, estamos inmersos en un sistema democrático (en las repúblicas bananeras es otra historia, lógicamente) en el que los ciudadanos tienen derecho a votar, ya sea en elecciones locales, autonómicas, nacionales o europeas. Más que un derecho lo calificaría como una bendición. La implantación pacífica del llamado sufragio universal, a partir de la revolución industrial y más concretamente a partir del siglo XIX, costó muchas vidas y sufrimientos en sus albores ya que el voto libre era sinónimo de libertad, tan restringida incluso en países libres.
   La idea de votar, hoy en día tan banal y trivializada, le traslada implícitamente al elector (ciudadano adulto con derecho a voto, en principio sin restricciones respecto a sexo, raza, religión o etnia social) la obligación de elegir a un determinado partido político para que lo represente pero se incurre en un grave error: lo que subyace en la realización de la acción de votar le encarga, explícitamente, al elector a acudir a la urna a depositar físicamente su voto pero ese voto, no ha de estar necesariamente dirigido hacia ningún partido político del espectro representativo que concurre a las elecciones. Aquí surge la elección del imprescindible y brutal voto en blanco.
   Evidentemente, un partido político lo que pretende con su programa electoral es que el elector no vote a las demás fuerzas políticas pero sí a la suya, cuando lo que realmente debería pretender es que no voten a las demás fuerzas electorales pero sí a la suya (lo que sería el voto con papeleta) o a ninguna (lo que sería el sobre sin papeleta) pero está claro que los partidos políticos no van a promover, y ni siquiera presentar en sociedad, el voto en blanco porque entonces el voto del elector sería visto como una abstención, que es radicalmente distinto al voto en blanco.
   El voto en blanco es lo peor que les puede pasar a los partidos políticos en unas elecciones. No votar, es decir, abstenerse de ir físicamente a depositar una papeleta en la urna, implica pasotismo y desgana por todo lo que va a ser representado en un parlamento. Sin embargo, el voto en blanco le da a entender a los partidos políticos que el elector ha sido capaz de hacer el esfuerzo de dirigirse a su colegio electoral, con las dificultades que puede acarrear este acto, y ejercer su derecho moral de votar y aún así, no ha estado satisfecho con ninguna fuerza política de las que concurrían a las elecciones. Incluso casi está mal visto decir “he votado pero he votado en blanco”. Obviamente, en la cantidad de votos está el quid de la cuestión.
Supongamos que una población tiene 100 habitantes y se quiere realizar una votación para saber qué se hace con los campos aledaños al pueblo y varios partidos políticos hacen sus propuestas y el día de realizar el voto acuden todos los habitantes del pueblo y “gana” el voto en blanco, es decir, ningún elector ha sido capaz de identificarse con las propuestas de ningún partido político, ¿qué sucede entonces? Creo que es una buena pregunta para reflexionar. A partir de millones de electores, es evidente que el voto en blanco y la abstención (los pasotas) suponen un porcentaje mínimo en los resultados y por eso no se tienen en cuenta como debieran.
   Existe un organismo que se llama `Junta Electoral´ que hace de juez durante las campañas electorales y resolverían la cuestión anterior, la cual no voy a resolver yo aquí porque no conozco la ley electoral salvo algunas pinceladas básicas que todo el mundo debe conocer.
   Como detalle, si en el ejemplo anterior se da el caso de que todos los electores del pueblo se abstienen de votar, la Junta Electoral también tiene potestad para aplicar la ley electoral pero no se haría de la misma forma que en el caso de formalizar el voto en blanco.
   Ahora voy a hablar de los miserables militantes de partidos políticos que no acuden a votar ni siquiera al partido político al que están afiliados. El concepto de militancia, que proviene de militar, es decir, sinónimo de belicoso, fue muy promovido en nuestro país por los sindicatos a raíz la transición y la entrada en vigor de la Constitución Española. Ser militante de un partido político y no ir a votar a tu propio partido es como ser de un equipo deportivo y no ir a verle jugar y eso es ser superficial, miserable y con muy poca personalidad. Cuando en unas elecciones aparece una abstención de más del 50%, como en el caso de las pasadas elecciones al parlamento europeo, es evidente que algún (muchísimos) militante de partido político ni siquiera le ha dado su confianza al partido del que se enorgullece ante los demás y del que posee carnet. Esta gente da mucho asco. Si estos militantes hipócritas hubieran acudido a las urnas pero hubieran votado en blanco, habrían conseguido dar pie a que los partidos políticos que los representan tuvieran una llamada de atención y pudieran reflexionar en lo que han fallado para provocar que sus propios militantes votaran en blanco, de ahí la importancia del voto, aunque sea en blanco.
   Para acabar, el hecho de votar, aunque sea en blanco, proporciona al elector la capacidad moral y ética de replicar las ideas políticas o rebatirlas si le ofrecen confianza y representatividad. Quien no vota no se merece criticar y ni siquiera opinar porque ha querido, voluntariamente, estar fuera del sistema y el sistema somos todos.

¿Adivinas ahora cuál fue mi voto en las pasadas elecciones?