lunes, 15 de septiembre de 2014

Crónica de la Ultra Sierra Nevada

   Esta crónica se la dedico al esfuerzo y el sacrificio de los que no llegaron a meta, ya sea por una retirada a tiempo o por abandono involuntario. La montaña es implacable y pone a cada uno en su sitio…
   La Ultra Sierra Nevada se presentaba en tres modalidades: 83k saliendo de Granada capital, dándole la vuelta al Veleta y bajando hasta la meta de Pradollano, la de 65k saliendo de Granada capital y acabando en Pradollano pero sin subir la cumbre y la de 30k saliendo de Güejar-Sierra y acabando también en Pradollano. Esta última es a la que opté por varias razones, la principal es mi estado de salud desde hace meses con mis lesiones en la pierna izquierda que no se me van y mi pequeño problemilla de corazón, aparte de que las dos largas tomaban la salida a las 3 a.m. del viernes al sábado mientras que la corta de 30k salía a las 11 de la mañana del sábado, ideal para los que acudíamos desde otras provincias. Otra razón importante que siempre me ha condicionado es que voy siempre sólo a todas partes por lo que no me puedo permitir el lujo de acabar una prueba extrema en condiciones lamentables, ya que la vuelta en coche también se hace muy dura y para conducir hay que estar bien despierto y no excesivamente cansado. También tenía ya en el cuerpo la paliza de los 30k de Colomera de 2 semanas antes.
   La noche del viernes al sábado dormí poco y me desperté a las 03:20 a.m. y no me volví a dormir, por lo que casi madrugué tanto como los participantes de las dos pruebas que salían a las 03:00 a.m. Entre unas cosas y otras llegué a Güejar-Sierra sobre las 9 de la mañana. Un buen termómetro del resto del día lo da el paso por el puerto de la Mora (1380 msnm), que marcaba 9ºc cuando lo atravesé a las 8 de la mañana. Es una temperatura fresca pero, para los que conocemos la zona y Granada capital, vaticina un día caluroso como así fue.
   Ya había decidido intentar no parar en los avituallamientos intermedios (los de mi carrera eran 3: el primero en 9,4k, el segundo en 14,8k, el tercero en 23,9k) por lo que salí con demasiado peso para mi gusto: la camelbak hasta arriba y muchos geles y batidos de frutas, nada sólido porque me cuesta asimilar bien en carrera las barritas o los fruto secos. De esta forma, evitaba lo que me pasó en Colomera que, con tanto calor como hizo aquel día, en los avituallamientos bebía y comía en exceso y me costaba arrancar con el estómago lleno. La salida se dio puntual y comenzó bajando (mal asunto para mi rodilla izquierda y tobillo) y llega a una pista preciosa que discurre por un valle atravesando algunos túneles pero de piso casi de asfalto, las Salomon necesitaban guerra y quería pisar cuanto antes rocas y otro tipo de suelo, cualquiera menos asfalto o pista lisa.
   A los pocos kilómetros, ya he calentado bien y la pierna casi no me duele y entonces noto la espalda y la llamada espalda-baja muy mojadas: la bolsa de hidratación tenía alguna rotura pero sería muy pequeña porque no se vaciaba con rapidez. Me quito la mochila y noto la parte de abajo totalmente mojada, ¡vaya! Mi plan inicial podía venirse abajo con este inconveniente. En seguida llega un sendero complicado, con zonas con barro, en subida con fuertes inclinaciones laterales y entre ramas que parecían agujas afiladas, ideales para acabar con los brazos llenos de arañazos. De repente escucho “¡piedra va!” y veo rozar a la altura del corredor que me precede lo que creí que era un balón de fútbol. Le da en un pie aunque no de lleno pero el susto fue grande y no sufrió consecuencias. Este sendero llevaba, escalando un poco, a una buena pista, perfecta para asimilar los kilómetros anteriores e ir adaptando el cuerpo a la altitud, que por ahí ya rondaba los 1400 msnm. Poco tiempo después la carrera desembocaba en una carretera y muy cerca estaba el primer avituallamiento, en el que ficho y sigo sin parar, confiando en que la bolsa de hidratación aguantara, como así iba siendo. De esta manera, ahorré tiempo, no perdí el ritmo y adelanté a muchísimos corredores que se agolpaban en el avituallamiento, ya que coincidíamos las 3 carreras en el mismo recorrido pero los dorsales eran todos del mismo color y no se sabía quién era de cuál (fallo de la organización).
   El recorrido va siempre subiendo por pista y sendero y, de repente, llega la madre de todas las desgracias: se deja el sendero y se coge una subida “a pelo”, por mitad de la montaña, que era casi una pared. Si el ángulo de 90º supone una pared vertical, calculo que ese barranco tendría no menos de 60º de inclinación en 1k de longitud, totalmente imposible para una mtb, por ejemplo, y casi imposible incluso andando. Sin apoyar las manos no se puede subir por ahí, es lo más duro que he visto en una montaña y he visto unas cuantas. Nuevamente escucho por arriba “¡piedra!” y me encontré vendido sin poder reaccionar de la brutal inclinación de la pared. Pasó cerca y detrás no venía nadie, menos mal. No sé lo que tardé en salir de allí pero me parecieron años. Por fin, la salida de ese infierno era una pista que discurría sin apenas desnivel. Iba sólo pero la señalización era magnífica y continué hasta el segundo avituallamiento en el Dornajo, muy cerca de un restaurante y la carretera antigua que sube la montaña.
   Nuevamente no paré salvo para fichar y, a pesar de la clara bajada del nivel de agua de la camelbak, seguía teniendo líquido y decidí aventurarme hasta el siguiente avituallamiento, a 9k de distancia. La memorización del perfil de la carrera me hizo tomar esa decisión porque había unos 6k-7k de pista horizontal y solo 2k de subida hasta el tercer avituallamiento. Grave error.
   Iba bien de ritmo, me encontraba bien de fuerzas aunque empezaba a notar las consecuencias de la altitud: falta de oxígeno y pesadez generalizada. Además, comenzó a apretar fuerte el calor y no corría nada de viento y ni los árboles conseguían calmar el bochorno. Estaría por los 1800 msnm y creo que eran las 14:30 de la tarde. A los pocos k comencé a sentirme mal; corría muy despacio y echaba a andar muy a menudo.
   Uno de mis grandes problemas en este tipo de pruebas es cuando me pongo a andar porque soy de estatura media pero tengo una zancada corta por lo que al andar recorro poca longitud y ahí comenzaron a alcanzarme corredores, también andando, y se me escapaban y trataba de ir a su ritmo para engancharme a algún grupo e iba corriendo mientras ellos iban andando rápido. Así, mi gasto energético era mucho más elevado que el de otros corredores. El calor seguía aumentando y la bolsa de hidratación comenzaba a estar en las últimas, notaba que estaba vacía, mal asunto. La agradable pista se desvió a un sendero, otra vez estrecho y en constante subida y comencé a encontrarme mal de verdad. Sería el 22k aproximadamente. Sin agua no podía tomar ningún gel que diluyera su pastosidad y estaba un poco mareado. Iba sólo y decidí sentarme en un tronco caído porque no podía ni andar. Respiraba mal, y notaba el cardio muy elevado, me cagué en todo. No apareció nadie en algunos minutos y la cabeza empezaba a pensar cosas raras. Venga, tenía que moverme porque allí no me podía quedar y enfriarme, lo que sería mucho peor. Poco a poco comencé a caminar subiendo por un duro sendero y pensé que el avituallamiento tenía que estar muy cerca. Oí voces detrás y vi a 3 corredores andando que me alcanzaban, ¡menos mal! Me vieron jodido y rápidamente me ofrecieron agua e isotónica. Tenía la boca reseca y la lengua hinchada de la deshidratación y casi me bebí 2 botellas que me ofrecieron. Decidí engancharme a ellos hasta el avituallamiento, fuera como fuera y así formamos un grupo de 4. Aquello subía y subía, y subía y seguía subiendo y pasaba el tiempo entre andar y correr cada 50 metros. Entonces, alguien dijo ¡entre los árboles se ve Pradollano! Nos paramos los 4 y fue un subidón impresionante, todo un espectáculo. Con esa visión en la retina, seguimos ascendiendo y llegamos, por fin, al cruce con la carretera donde se encontraba el tercer avituallamiento, el cielo en el infierno. Conseguí hidratarme bien, comí fruta mientras despedía a mis 3 salvadores que salían ya y llené la camelbak para tener algo de reserva a pesar de la rotura, para afrontar los últimos kilómetros. Conseguí información del Veleta: había 8ºc y vientos de 70km/h en la cima. Los de la carrera larga lo iba a pasar muy mal…
   Desde el avituallamiento, la carrera bajaba por la carretera unos 100 metros y, otra vez, otra subida a tajo por mitad de la montaña, agarrándome con las manos. Menos mal que eran solo unos 200 metros de escalada hasta una pista ancha. Comenzó un viento fresco que me hizo renacer de mis cenizas y comencé a correr a buen ritmo de nuevo. Nadie por delante y nadie por detrás. Curiosamente, el perfil aseguraba que quedaba otra subida y el último k a meta era de bajada pero esta pista iba horizontal o con muy poco desnivel. La pista llegaba a un sendero estrecho con toboganes y ahí tuve que echar a andar, me dolía de nuevo el pie izquierdo. Consiguió alcanzarme una chica y me adelantó, mal asunto. El sendero acababa en la carretera justo en el cruce de Pradollano con la subida a la Hoya de la Mora donde está el cartel de 2250 msnm, por lo que a la meta quedaba algo más de 1k pero era casi sin desnivel y por asfalto, el perfil estaba mal señalizado sobre el papel, afortunadamente.
   A pesar de las Salomon (se portaron de lujo), tenía que acabar corriendo lo que quedaba y así fue. Volví a coger un ritmo vivo, alcancé a la chica, que iba ahora andando y llegué a meta en la plaza de Pradollano pero entré al revés por una mala indicación y me dijeron que era por el otro lado, puf, otra vez a correr para darle la vuelta a la manzana, en lo que la chica de antes me volvió a adelantar y entró, oficialmente, antes que yo. Una vez en el pasillo de meta, el speaker gritaba “¡ahora sí, vamos, que ya vas bien!” mientras yo sonreía y ponía fin a 5 años de mi vida. El crono fue lo de menos, 5horas y 16 minutos pero Sierra Nevada merece siempre el esfuerzo.
   La mochila no estaba rota, era la válvula del tubo que estaba suelta, algo que condicionó una parte crítica de mi carrera. Disfruté tanto como sufrí y disfruté mucho… Lo único que eché de menos fueron unos bastones: casi todos los corredores los llevaban y, de haberlos llevado, podría haber aprovechado la fuerza del tren superior para las zonas realmente difíciles, que no fueron pocas y también faltó una fotografía de entrada a meta, algo que es criticable para la organización que, en general, estuvo a un gran nivel.

   Dos días después no tengo secuelas físicas y creo que me encuentro mejor que antes de los 30k. Como dije al principio, la montaña pone a cada uno en su sitio.
Sierra Nevada, volveré.